Tenía Stanley Kubrick 43 años cuando rodó “La naranja mecánica”. De eso, se va a cumplir pronto la friolera de cincuenta años. Aún no había hecho “El resplandor”, y no se le había pasado por la cabeza llevar al cine “Eyes Wide Shut”, aunque si nos había regalado, entre otras, la antibelicista “Senderos de gloria” y la futurista ”2001. Una odisea del espacio”. En una de esas plataformas que ofrecen la posibilidad de ver pelis de todas las épocas, sin necesidad de almacenarlas en casa, decidí volver a verla.

El maestro Kubrick, del que no recuerdo una sola mala película, sino más bien obras importantes que perduran en el tiempo, muestra en la obra de Anthony Burgess, un avance de lo que en 1970 esperaba iba a llegar a ser el siglo XXI. Entre otras cosas, advertía del peligro de ir de cabeza hacia una sociedad distópica.

Lo cuenta a través de la delincuencia juvenil. De un grupo de jóvenes que sienten fascinación por la ultraviolencia. Y la practican con un sadismo no exento de crueldad esquizofrénica. Cierto que Kubrick no opta por una exageración explícita, a diferencia de las películas de ahora, mostrando imágenes truculentas o gore, ni nada que se le parezca, pero no por ello menos impactante, ya que lo que nos muestra son unos planos profundos, sirviéndose de nuevas técnicas de imagen, sonido e iluminación, que calan aún más en el alma del espectador.

Violación, violencia, crimen y dolor, forman parte del modus vivendi de un grupo de jóvenes ingleses, que actúan al modo de las bandas callejeras del Londres de los “sesenta”, cuya diversión consistía en hacer sufrir a los demás. Expresada a través de Alex, “drugo” jefe de la banda –interpretado por Malcolm McDowell– admirador fanático de la música de Beethoven, y perteneciente a una familia modesta cuyos padres, torpes y simples, se encuentran cohibidos y resignados ante los avatares de la sociedad.

Alex, por fin, es detenido por la policía, y condenado a 14 años de cárcel por sus violentos actos, incluido un asesinato. Y en ese momento surge el personaje más nocivo y siniestro de la película, una persona de presencia incomoda, representado en la figura del ministro del interior inglés, que, con tal que su partido pueda seguir en el poder es capaz de cualquier cosa. De manera que, conocedor de que la gente desea que se acabe con la ola de violencia, se olvida de la moral y la ética encargando a un grupo de científicos que sometan a Alex a un cruel y despiadado tratamiento. En dos semanas, consiguen transformarlo en un ciudadano amable y pacífico, moldeable como una ovejita. Aunque, eso sí, sin voluntad propia, sin libre albedrío. Algo parecido, si no igual, a las conocidas figuras orwellianas.

El partido opositor no se queda cruzado de brazos, y hace lo posible porque Alex se suicide, para así conseguir desprestigiar al Gobierno. Alex lo intenta de manera fallida, y el siniestro ministro del interior, aprovecha tal coyuntura, para colmarlo de ayudas y bendiciones con la condición de que le ayude a desprestigiar a quienes desean arrebatarle el poder. En definitiva, un enfrentamiento entre poderes: los que quieren acabar con la violencia a cualquier precio y quienes están dispuestos a seguir con el sistema clásico del castigo de cárcel y la rehabilitación.

De manera que la película de Kubrick en ese sentido no dice nada nuevo, pero si expresa un fiel reflejo del mundo en que vivimos: el de la mala política, donde se hace lo que haga falta para continuar manteniéndose en el poder o versus contario para obtenerlo. El precio que hay que pagar y los cambios de rumbo, son lo de menos. Lo que hoy es presentado como el no va más, si no sale bien, es cambiado de manera frívola, a todo lo contrario, sin que nadie llegue a ruborizarse.

La amistad y la fidelidad se encuentran por los suelos. Han ido a refugiarse a otra parte. Los vendedores de mentiras, a través de medios de comunicación manipulados, redes sociales controladas y fakes news fabricadas, nos están llevando cada vez más cerca de Orwell, hacia una verdad inexistente. Y lo peor de todo es que disponemos de pocos medios para evitarlo.

Mientras, ellos, los que manejan el mundo, utilizan señuelos, tratando de engañarnos, simulando que queman hojas de pino, menta y eucaliptus, haciéndonos creer que limpian la atmósfera, cuando en realidad la están destruyendo.

Si diéramos un breve repaso a las pasadas actuaciones de las 17 autonomías y del gobierno central, durante el periodo más álgido de la crisis del Covid-19, difícilmente encontraríamos actos de ayuda y solidaridad entre ellos. Solo mentiras y acusaciones. Una lucha política encarnizada, tratando de echar la culpa a los demás, y alardeando de supuestos éxitos. Por cierto, que, de momento, éxito, lo que se dice éxito, como no podía esperarse de otra manera, nadie ha sido capaz de conseguirlo.

“La naranja mecánica”, quizás haya sido la película más polémica de la historia del cine y también la más disruptiva. Fue hecha por un hombre, marcado por el simbolismo y la precisión técnica, convencido que “la democracia era un noble y fracasado experimento devaluado por los bajos instintos como el dinero y la estupidez de los seres humanos”

Como puede suponerse, este filme no pudo ser estrenado en España hasta una semana después de la muerte de Franco. Lo hizo en cines de arte y ensayo. Se formaron colas interminables durante todo un año.

Por motivos obvios, también fue perseguida en Inglaterra, retirándola de la cartelera al poco de su estreno, no volviéndose a exhibir hasta el año 2000.