La pandemia ha servido para devolver al primer plano el carácter esencial de la actividad del sector primario. Tanto en la primera oleada como en la segunda que padecemos con medidas cada vez más restrictivas para detener el avance mortal del coronavirus, el campo ha facilitado el confinamiento porque ha seguido trabajando para evitar el desabastecimiento que hubiera desatado el desorden social. A pesar de las reconversiones silenciosas a las que se han visto sometidas, a pesar del enorme daño de formar parte relevante de la “España vaciada”, la agricultura y la ganadería han resistido frente al desmantelamiento que en otros sectores ha pasado una dura factura. Podría decirse que, a pesar de todas las trabas, el campo español ha sido el único capaz de ponerle puertas a una globalización letal para el textil o la manufactura de otros productos.

Y si nada fácil ha tenido el campo seguir adelante pese a las guerras de precios y a las negociaciones fallidas con Europa, más aún viene siendo para las mujeres convertirse en protagonistas de un escenario del que vienen siendo principales sostenedoras, eso sí, casi siempre de una manera callada y en segundo plano. Este viernes se ha celebrado el Día de la Mujer Rural, con el objetivo, siempre, de destacar el papel social y laboral que desarrollan miles de ellas en los pueblos de Zamora. El esquema generalizado de una situación de desempleo más agudizada entre las mujeres que en los hombres se da también en la actividad primaria. Al igual que la precarización.

Solo han pasado ocho años desde que se autorizó la titularidad compartida de las explotaciones agropecuarias, todo un símbolo de la doble discriminación a la que se han visto sometidas las mujeres rurales que, además, hacen frente a los problemas burocráticos y a los resabios machistas que aún perduran en algunos núcleos rurales. Pese a todos esos obstáculos, la modernidad del campo zamorano camina de la mano de las mujeres. Zamora ha sido la segunda provincia de Castilla y León donde más jóvenes han solicitado incorporarse al sector agrario a través del programa puesto en marcha por la Junta. Un tercio de las mismas correspondían a mujeres. Sin embargo, hace falta aún un empujón para que las agricultoras y ganaderas pisen fuerte y lleven al campo zamorano esa actualización que es ineludible para garantizar su sostenibilidad y su rentabilidad. Zamora es la cuarta provincia de la comunidad a la hora de solicitar ayudas a la actualización de las producciones frente a otras como Burgos donde existe un asentamiento industrial y, por tanto, una diversificación, que aquí no existe y con una brecha en renta per cápita que revela una comunidad a dos velocidades.

"La pandemia del coronavirus ha hecho aflorar, además, otra de las labores calladas que viene ejerciendo tradicionalmente la mujer: el papel de cuidadoras en un entorno donde el envejecimiento y la dispersión las convierte en activos imprescindibles"

En los últimos años, el movimiento asociativo ha avanzado notablemente en otorgar visibilidad a un papel que siempre ha permanecido oculto y las iniciativas pioneras, muchas de ellas desde Zamora, han sido expuestas en los encuentros organizados, por ejemplo, por la Federación de Mujeres Rurales, Fademur. Uno de esos proyectos era ensalzado este mismo año en Bruselas: la labor desarrollada por una ganadera sanabresa que demostraba, nada más y nada menos, la viabilidad de la convivencia de la cabaña ganadera con el lobo, uno de los debates que más polémica generan entre los propietarios de explotaciones agropecuarias. Las cosas van cambiando, aun lentamente, desde los tiempos de la generación de nuestras abuelas que sostenían el hogar, criaban y jugaban un papel esencial en las labores del campo, sin reconocimiento social alguno ni, mucho menos, retribución salarial.

El camino es largo todavía. Las mujeres siguen siendo las primeras en hacer las maletas y emigrar de los pueblos por falta de oportunidades. Solo hay que echar un vistazo a los padrones de los pueblos zamoranos de las últimas décadas o, simplemente, pasear por sus calles para observar la realidad de una presencia femenina minoritaria frente a los hombres que todavía habitan en los municipios rurales de la provincia.

La pandemia del coronavirus ha hecho aflorar, además, otra de las labores calladas que viene ejerciendo tradicionalmente la mujer, tanto en el campo, como en la ciudad: el papel de cuidadoras en un entorno donde el envejecimiento y la dispersión las convierte en activos imprescindibles. Pero si dificultoso resulta que se reconozca social y profesionalmente a las agricultoras y ganaderas, qué no decir sobre los cuidados a ancianos y dependientes. Esa ha sido otra función indispensable que era asumida de manera natural como si se tratara de un destino ineludible, gratuito y obligatorio para quien se convertía en cuidadora de sus familiares directos.

La evolución de la sociedad ha convertido el campo de los cuidados en un nicho de empleo en la Zamora rural, pero ello no se ha traducido en una mejora sustancial de las condiciones de las mujeres que, mayoritariamente, ejercen en él profesionalmente. Lo ocurrido y lo que, vergonzosamente, sigue ocurriendo en algunas residencias de mayores deja al aire la enorme precariedad y la ausencia de recursos en este sector. Sin cualificación, sin reconocimiento social y salarial, los cuidados no podrán evolucionar hacia unos servicios dignos e imprescindibles en los pueblos, donde buena parte de nuestros mayores todavía resisten en tiempos tan duros como los que los vieron nacer y crecer. Los más vulnerables de esta crisis, al cuidado de las más golpeadas por la desigualdad que debe desterrarse en la sociedad nueva que debiera emerger al superar tiempos tan oscuros.