Esta semana hemos celebrado el Día Internacional de las Mujeres Rurales. Establecido por la Organización de las Naciones Unidas en diciembre de 2007, se realizó por primera vez el 15 de octubre de 2008. Uno de sus objetivos fundamentales es el reconocimiento al papel decisivo de las mujeres en el desarrollo, la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza. Por tanto, vaya desde aquí mi agradecimiento a todas las mujeres rurales, indistintamente del lugar de residencia, sean de aquí o de la Conchinchina, aunque de manera muy especial a esas mujeres que han pasado por la vida dándolo todo y que, sin embargo, apenas han tenido la recompensa pública que se merecen. Por eso, sería deseable que en todas las plazas de los pueblos se levantara un monumento, una placa, un mural, un distintivo, etc., reconociendo el papel que han tenido y que aún siguen teniendo estas campeonas. Porque ellas han sido uno de los pilares, casi siempre silenciosos, con los que se ha construido el bienestar y la riqueza de muchos países.

Se lo decía el otro día a un amigo: sin las mujeres rurales es imposible entender lo que somos. En mi caso, cuando echo la vista atrás, siempre aparecen mi madre, la abuela Irene y la tía Griselda. De mi madre, ¿qué les puedo contar? Fue y sigue siendo uno de los mejores ejemplos de mi vida: generosa, trabajadora y abnegada. Con mucho carácter. Huérfana de madre a los siete años y, por tanto, criada en unas circunstancias muy duras, como la inmensa mayoría de las mujeres de su edad. Aprendió a ser mayor antes de tiempo y, como siempre decía, la vida fue su única escuela. Hoy, como ayer y siempre, la sigo echando de menos. De la abuela Irene aterrizan en mi memoria las imágenes de una señora mayor, siempre vestida de negro, arrimando los pucheros a la lumbre. Era alta, delgada y excesivamente tranquila. Y de la tía Griselda me quedan los recuerdos inconfundibles del chocolate de los domingos, las sopas de ajo o el cocido. Y por supuesto: de la televisión en blanco y negro, una de las primeras que llegaron al pueblo.

Mi madre, la abuela Irene y la tía Griselda son tres ejemplos de mujeres rurales que han representado la forma de vida de tantas y tantas mujeres en el pasado. Pero hay muchos ejemplos más. Hoy, sin embargo, si hubiera que hacer un análisis comparativo entre el ayer y el ahora, convendrán conmigo que los avances que han protagonizado las mujeres rurales en muchos ámbitos ha sido espectacular. Por ejemplo, las condiciones en que se desarrollan la mayoría de las actividades que tradicionalmente han sido asignadas a las mujeres, como fregar, lavar o cocinar, son muy diferentes a como se hacían en épocas pretéritas. Sólo con recordar cómo lavaban en mi pueblo se me ponen los pelos de punta. Bendita lavadora, pensarán muchas. Pero también han cambiado otras esferas de la vida cotidiana, como las relaciones sociales o los modos de divertirse. Y por supuesto: hoy son mucho más visibles sus demandas y reivindicaciones. Ahora bien, no olviden que la lucha debe continuar. Por eso, si les sirve de algo, aquí tienen un aliado.