La vida de pueblo es recia, tanto, que ni la belleza de las bucólicas de Virgilio o las pastoriles de Garcilaso y Miguel Hernández procuran a sus habitantes un poético consuelo.

Cuentan sus biógrafos, que Teresa de Cepeda y Ahumada era una mujer decidida, porfiada y con una misión en la vida, a la que ni su delicada salud ni una meteorología inclemente o las deficientes infraestructuras del siglo XVI consiguieron doblegar ni hacer que su voluntad flaqueara. Santa Teresa de Jesús falleció un 15 de octubre, casualidades de la vida, la misma fecha elegida en el calendario para celebrar el Día internacional de la Mujer Rural. Un día que para la mayoría pasará sin pena ni gloria, porque hace mucho tiempo que la sociedad le dio la espalda al mundo rural y malvive sin importarle de dónde procede lo que come.

En segundo de BUP, el profesor de Geografía, don Eduardo, me enseñó que el mundo rural es lo contrario de progreso. Porque progreso significa menos sector primario y más sector servicios. O lo que es lo mismo, menos pinchos de lechazo de Traspinedo y más Mac no sé qué o más Sabrosísimas de prefiero no acordarme. Y porque progreso significa más ciudades de veintiún millones de seres humanos anónimos y menos pueblos de menos de mil vecinos donde todos sabemos quién se lleva por delante con el arado las lindes de las tierras de labor, las cunetas y hasta los caminos.

Y aquí es donde las mujeres rurales debemos de dar un paso al frente, reivindicar un papel protagonista y constituirnos en la vanguardia de otro mundo rural. Un mundo rural sostenible y sujeto a lógica, que rompa con este enloquecido ultraliberalismo que nos ha conducido a la Emergencia Climática, a esta pandemia del Sars-CoV-2, a los Frankenvirus y al resto de zoonosis que están por venir, o a unos niveles de desigualdad y de emigración forzosa en todo el planeta desconocidos.

No en vano, mientras los hombres cazaban bisontes y guerreaban, fue la mujer quien inventó la agricultura y la ganadería, dando con ello origen a la primera revolución de la historia de la Humanidad, el paso del Paleolítico al Neolítico. Miles de años después, fueron las mujeres rurales, nuestras abuelas, quienes se encargaron de enseñarnos que, mucho antes de que la Constitución española lo reflejara, el recio trabajo en el campo ya había demostrado que todos éramos iguales. Porque ellas segaban forraje, vendimiaban hasta casi el momento de dar a luz, ordeñaban, llenaban costales con cereal y pastoreaban el monte y el llano como si fueran ellos. Con el plus de que no disponían de agua corriente, guarderías, electrodomésticos, cuarto de baño, vehículos a motor o residencias de la tercera edad.

Sirvan estas pocas palabras de homenaje a todas esas bravas mujeres que fueron en un pasado, y que nos abrieron camino a todas las que hemos venido después. Con la diferencia, de que nosotras hemos tenido el privilegio de haber podido elegir este oficio y modo de vida inigualables, mientras que a ellas les fue impuesto. También sirvan estas pocas palabras para reivindicar el rural como una alternativa viable y de futuro para las mujeres que están por venir. Y es que como se advertía en una pancarta durante aquellas manifestaciones agrarias del pasado febrero, si muere el rural, muere el país.

(*) Ganadera, escritora y alcaldesa de Prado