En el centenario del nacimiento del escritor vallisoletano no me perdonaría faltar a la cita de los deberes que su reconocimiento impone y aunque ya es una figura literaria premiada y más que aplaudida por los miles de lectores que siempre tuvo, ahora procede que uno de ellos, entre los que me encuentro, ponga aquí unas líneas agradecidas como quien hace un ramillete de flores del campo.

Delibes es uno de los nuestros, eso que se repite con un poco de chovinismo y otro poco de sincera convicción. Pero por mi parte he de decir que su escritura me pertenece como me debo al mundo rural que él sacó a la escena de la mejor literatura. Yo soy, o fui, Daniel, el Mochuelo, de su libro quizá más leído: “El camino”, porque en mucha parte hablaba por mi, o yo me vi representando en esa novela de iniciación, del salto a la vida fuera del ámbito que te vio nacer y te dio vivencias pero también prejuicios y ataduras, nostalgia y necesidad ambivalente de salir y quedarte. He aquí un muchacho que piensa la vida vivida mientras otra futura le aguarda para darle materia de pensamiento, incertidumbre, aventura, y sobretodo tema de literatura para que todo quede escrito como ya lo fue mucho antes con dos pueblerinos como Don Quijote y Sancho.

Los personajes de Delibes son ante todo del campo, los ‘derechos de autor’ son del campo y éste es el cosmos donde todo sucede sin línea divisoria casi entre letra y vida, fondo y forma. Quizá el hecho de que Castilla sea el trasfondo físico y antropológico de su literatura hace que esa claridad de intenciones y argumento, así como la sobriedad y continencia de adorno y floritura hace que pasar la página de sus libros sea como andar por la llanura donde solo las nubes se encaprichan con curvas y recovecos.

El mundo es ancho y ajeno, escribió Ciro Alegría. Nosotros podemos decir: Castilla en Delibes es ancha y nuestra. En esa tierra dura y noble, recia y sufrida, como los personajes que mayormente la pueblan, nos reconocemos porque salimos como somos en la foto, sin prepararnos para ella.

Aunque este paisaje literario sea el escenario principal de sus novelas y escritos nada huele a provinciano o localista. Castilla es en su obra lo que La Mancha en Cervantes: mapa y territorio, texto y pretexto, haz y envés del vivir desviviéndose, como Don Quijote y Sancho, cada uno a su manera, pero siempre cabalgando.

Cuando Cervantes escribía, Castilla estaba ya dando muestras de cansancio en su largo galope por el mundo y los mundos descubiertos, algo así transmite Delibes del campo castellano y en general de la vida rural de España, vidas con mucha fuerza interior y demasiado peso a la espalda. Vidas que miran el progreso con escepticismo o con lejanía, distante al cabo, tanto de sus perspectivas como de sus costumbres arraigadas en el pasado. Este ser tan moldeado en la lucha por la supervivencia, tan poco protegido, lleno de cargas y tributos, pero orgulloso de salir adelante contra viento y marea es el que le interesa a Delibes como arquetipo de persona resistente al cambio pero a su vez vencedor del clima, la escasez, y renuente al desánimo. Alguien tenía que ponerle voz a esa gente callada en páginas discretas de la historia. Y nuestro autor lo hizo con rigor, tesón, y calidad literaria.

El tema del progreso en su obra fue elegido como título del discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua. Más adelante escribiría un libro que criticaba los desmanes de nuestro olvido de la naturaleza: “ Un mundo que agoniza”

Bien sabía Delibes que el campo y su gente venía siendo, salvo excepciones, una relación de mutuo interés que se empieza a romper con la explotación incontrolada de los recursos. Para el autor la caza controlada es el símbolo del equilibrio entre animales y gente que comparten recursos y territorio. Ahora ya nos hemos convertido casi todos en cazadores desalmados sin quererlo, o sin pensarlo, matando la vida natural: consumo desmedido, bosques en menguante, contaminación descontrolada. Casi todo vale para saciar bocas sin veda. Dicen los entendidos que buena parte de su mejor literatura está en los libros de caza. Pero Delibes tocó muchos palos y siempre con acierto: Novela, teatro, relato corto, periodismo etc. Y por si fuera poco el fondo veraz de sus historias tuvimos la suerte de ver en película uno de sus relatos más impactantes: “ Los santos inocentes”, retrato implacable de miserias e injusticias, nunca mejor dicho, de libro.

Nuestro autor hizo la mejor literatura sin aderezar demasiado; que es como decir que degustas la mejor cocina casera con un excelente vino de cosecha, o algo parecido a eso tengo por placer cuando leo y releo páginas de un autor tan comedido de estilo y al mismo tiempo profundo, natural, directo, llano, clarividente, ameno, leal consigo mismo y con la tierra que le inspira.

En el centenario de su nacimiento bien podemos decir que su obra le perpetúa pues ya era todo un clásico en vida. Ahora todo él es uno y mil libros abiertos al mundo como el campo abierto en el que floreció su letra.