Hasta en cinco ocasiones llevaron a urgencias del Hospital de Elda al chavalito de ocho años fallecido recientemente a casusa de una peritonitis. El pequeño presentaba un cuadro de fuertes dolores con vómitos. Según manifiesta su abuela, que tenía la patria potestad del niño, ni se le hizo una analítica que hubiera arrojado luz sobre su estado febril, ni se le sometió a prueba alguna. Siempre según la abuela, a pesar de que el pequeño no podía más de dolor. Le recomendaron “que no merecía la pena volver al hospital, con todo lo que había allí”. Ese “todo” no es otra cosa que la Covid.

Se está dando prioridad absoluta al problema que ahora nos preocupa a todos y tratando de prevenir posibles contagios no deseados, se está dando de lado a otras patologías o como en este caso a urgencias que se presentan en un momento dado. Ni tanto, ni tan calvo. Se pueden entender muchas cosas, en especial la precaución que toman los sanitarios para evitar males mayores. Francamente, la muerte del niño de la localidad alicantina de Petrer, pudo haberse evitado. Los vómitos, los fortísimos dolores abdominales que presentaba ofrecían pistas inequívocas que, posiblemente, con una analítica hubiera bastado para dar con el problema.

Hay un miedo compartido por infinidad de personas, sobre todo sanas, ante una posibilidad igual o parecida a la del pequeño fallecido. Ciertos dolores y otros problemas físicos de mayor envergadura se presentan sin avisar, a veces de forma descarnada y si no se controlan, si no se atienden, si no se actúa sobre ellos con prontitud, el resultado puede ser mortal, como ha ocurrido en este caso.

Si es verdad, no tengo por qué ponerlo en duda, que los rastreadores del Ejército van a contribuir a la normalización de la Atención Primaria, bienvenidos sean. Más que nada porque, de esa forma, se podrán evitar situaciones no deseadas y así evitar que también la medicina se judicialice como en el caso que nos ocupa ya que se han abierto diligencias judiciales. Los médicos de atención primaria, pueden acabar con el miedo compartido por un sector amplísimo de la sociedad zamorana.

La incidencia del coronavirus, y Zamora es un doloroso ejemplo en ese sentido, al ser tan alta, tan desproporcionada, ha contribuido al miedo y no sólo al bicho que nos está trastocando todo, hábitos, costumbres e incluso tradiciones que no se pueden celebrar por razones de seguridad sanitaria, si no a cualquier otro problema que pueda presentarse. El coronavirus ha eclipsado al resto de patologías pero no por eso hay que desatender el resto de enfermedades distintas a la pandemia.