Como la música en el acordeón, que unas veces se estira y otras se encoge, así ocurre con las medidas que se van tomando para prevenir la Covid-19, con las correspondientes tonalidades que el Estado y las Comunidades Autonómicas ponen de su parte. La música suena de forma distinta según el acordeonista, unas veces más triunfalista y otra más triste. El ritmo se modula siempre buscando un equilibrio entre salud y economía. El ciudadano muchas veces siente solo ruido en sus oídos ante tanto interprete dispar y deja de oír la música buscando su propia sintonía. En eso estamos. Ahora con las curvas bajando, pero con otro montón de muertos a nuestras espaldas. Parece que esos no se ponen en ninguna balanza. Lo importante es nuestro cafelito, la cervecita, el encuentro con amigos, la fiesta. Los datos aún son muy altos, lejos de los 50 por 100.000 habitantes que se consideran los apropiados, pero ya se huele la desescalada navideña, cada vez más anticipada, sea lo que sea. Las Autonomías ya se miran de reojo para no quedar descolocados. La tercera ola ya se huele para enero y así hasta que llegue la dichosa vacuna. Todo lleno de ruido, oportunismo e hipocresía.

Hay acordeonistas que a veces parecen que han cogido la sintonía correcta y sonríen de satisfacción como diciendo aquí estoy yo. Oigan mi música. Pero ocurre que, al cabo de un tiempo, de nuevo desafinan y su sonrisa se nubla de tristeza. Pero de nuevo inicia un nuevo compás porque lo necesitan sus oyentes. No puede dejar de tocar.

Y aquí estamos los ciudadanos, esperando que todos los músicos toquen la misma melodía y que algún día todos podamos aplaudir sonrientes. Todo esto se parece a un cuento de niños, así nos sentimos en estos momentos. Está claro que no somos los únicos, pero no estamos entre los mejores. Todavía tenemos mucho que mejorar.

Y añadido a esto, está la ideología que pesa mucho, es como una inercia histórica que se apodera de uno sin saber muy bien porqué. No es producto, a veces, de reflexión, ni de compromiso real ni de ser conscientes de nuestra triste Historia como país. Con ella se levantan muros que duran toda la vida y se fabrican clichés sociales, se hacen falsas valoraciones, mentimos por ella. Somos inflexibles, no sabemos dialogar solo combatir, desde el primer momento. Así nos va como nación.

También esta ideología intrínseca la aplicamos a la pandemia; lo estamos viendo en las decisiones autonómicas y en las manifestaciones en la calle. Nos saturan en esta cacofonía de opiniones los medios de comunicación, los comentaristas, los millares de epidemiólogos que han salido como las setas o los llamados politólogos, una mayor categoría dentro de los primeros. A esto se añade las preguntas directas al ciudadano, ya sean encuestas o preguntas en Internet por todos los canales posibles.

Yo, que también tengo ideología, manifiesto mi decepción por todos partiendo de que el problema que nos ha caído en el mundo es complicado y no estábamos social y culturalmente preparados para ello. No estamos preparados para sufrir, para renunciar a nuestra idiosincrasia, a nuestra sociedad capitalista, a nuestro egoísmo ni por padres, amigos ni colegas. Si alguien pensó que ante una crisis de esta envergadura saldríamos mejor creo que se ha equivocado rotundamente. En el espejo, salvo excepciones importantes, solo se ve el egoísmo, la hipocresía y el politiqueo rancio. Pero esto ya lo sabíamos. Basta leer nuestra reciente historia.