Su honradez le hizo popular en las redes sociales el 23 de octubre. El joven “sin techo” que pide frente a la antigua Caja Duero, en Santa Clara, devolvió un móvil de alta gama que encontró en un charco. Cuando su dueño llamó, David respondió: “He salido a comprar algo de comida”. A los diez minutos estaba en su “puesto” habitual para cumplir su palabra. La recompensa de 300 euros acabó bien invertida, “con amigos” para que comieran, y “en pagar deudas”. No entiende el revuelo, “hice lo normal”.

David Florián Popa, en Santa Clara, donde pide Emilio Fraile

“¡Hola!”, “Buenos días”, “¿Qué tal, colega?”. Los saludos se repiten durante las casi dos horas que David Floriá Popa accede a conversar en la calle de Santa Clara. Las monedas van cayendo al vaso de plástico vacío que descansa sobre una manta. Hay quien prefiere entregarle el dinero en la mano y, desde sus ojos azules, agradece el gesto. Besa la moneda y la guarda, se lleva la mano al corazón e inclina la cabeza: “gracias, gracias”.

Lo del móvil “fue rápido, como un rayo, no sé”. Ese día, “tenía cinco euros y no sabía si gastarlos en comer o no”. Al final, decidió ir al supermercado cercano al colegio del Amor de Dios. “Llovía y había charcos grandes”, uno de ellos al entrar desde el semáforo de Alfonso IX a Príncipe de Asturias, “en la curva, vi algo que reflejaba en el charco, lo he cogido y lo he secado. Nunca pensé en quedármelo”, afirma, al contrario, esperaba que alguien llamara para evitarse problemas, “llegué a lamentar haberlo levantado” por si al tener que entregarlo en algún lugar pudieran pensar que había robado el teléfono.

Entonces, justo, cuando estaba pagando la compra en el supermercado, sonó el móvil, ya pensaba que nadie llamaría. No contestó en el momento porque estaba pagando y había mucha gente alrededor. Sí que devolvió la llamada, recuerda, y, al otro lado, el dueño le contó que lo había perdido cuando iba a buscar a su hija al colegio. David le tranquilizó: “no te preocupes, está bien, ven a por él. Hice lo normal”.

El hombre llegó con su hija y le entregó 300 euros. “Me pareció mucho, exagerado y no merecido”, dice. Le da las gracias. El dinero le vino bien, “he pagado mis deudas: 25 euros a un quiosco” que le fía comida; a un amigo rumano que no trabaja y me dio de poco en poco euros, cinco, cinco, cinco..., le di 50, le hace falta también”. Y fue a buscar a otro amigo, Miguel, “un señor mayor que no cocina, le he comprado comida en un bar y hemos quedado para comer juntos con unos amigos de Zamora”.

El indigente durante la entrevista Emilio Fraile

“Buenos días, cariño”. Una niña que pasa junto a su madre, le lanza un saludo. Ya le conoce, como muchos zamoranos y zamoranas que se acercan para darle su dinero. En plena calle de Santa Clara, frente al imponente edificio que fue central de Caja Duero, el joven rumano decidió un día buscarse la vida pidiendo, como llevaba haciendo varios años atrás. Llegó en primavera de 2019 y, desde entonces, de nueve de la mañana a una o una y media de la tarde, David permanece sentado en el pequeño peldaño de acceso al pasaje comercial. “Tuve un buen trabajo, la empresa me quería mucho”, pero la vida se le complicó a este joven de 33 años, que ha llegó desde Francia hasta Barcelona. La familia...

Nacido en un pueblo de Rumanía en 1986, trabajó durante 15 años en lo que pudo. A los 14 años, tuvo que buscarse la vida en la calle en su país de origen, “en un invierno duro de cojones. Aquí no tengo frío”. Proveniente de una familia con muy pocos recursos, siendo un niño “mi padre ya me mandaba con las ovejas” a pastorear. Su madre, que le tuvo con 14 años, “nunca estaba en casa, siempre de fiesta”, y sus abuelos terminaron por echarle de casa cuando ella se divorció. Pudo estudiar “carpintería metálica industrial”, pero su economía se fue a pique hace unos seis años cuando ya no pudo seguir en la construcción en Francia. Se terminaron los ahorros, cogió el tren hacia España, acabó en Barcelona y Tarragona, donde le robaron la documentación, explica. Pero ha trabajado en Guadalajara, en Huelva, Torrejón de Ardoz, Santoña, Santander...

La Semana Santa le trajo a Zamora. Y se instaló. “Santa Clara es un lugar bonito para descansar, animarte, recibir un poco de cariño, la gente es muy agradable”. David se siente afortunado por el trato que recibe de los zamoranos, espera poder abandonar un día la calle, pero cree que “es difícil, te acostumbras a vivir así”. Se define como “humilde y honrado, pero que nadie me ofenda”. No le gusta hablar de dinero, lo que obtiene en su “puesto” es suficiente para sobrevivir. Pide “porque me hace falta para comprar una barra de pan, un refresco, para comer. Pero como bastante sano”, aclara. Ha hecho de su casa una construcción abandonada en La Candelaria, “el chalé”, dice entre risas, “me he montado una chimenea antigua para cocinar un poco de carne y para calentarme”. Otras veces va a un bar y compra un bocadillo. Para el aseo, “con el agua de la fuente” se apaña.

“El guasap funciona rápido”, contesta cuando se le pregunta si la gente le mira con desconfianza o no, pero resta importancia a esa circunstancia y vuelve a confesar que se siente querido por los zamoranos. Madruga, “me gusta, oigo los pajaritos, les engaño, les doy de comer”... y a las nueve de la noche ya está en casa. Fuma porros para olvidar, “uno o dos”, cuenta en confianza mientras sonríe. “¿Ves a ese señor?, es el cura más mayor de Zamora, de 90 años. Me saluda todos los días”. Con su bolsa de plástico, donde guardará la manta y el vaso, tras recoger las monedas y meterlas en su anorak, se va, son las dos menos cuarto. A días descansa, dice, pero lo habitual es encontrarle en el mismo lugar.